San José testigo insuperable del silencio contemplativo

Se le llama al hombre de la obediencia, el hombre del silencio, el más oculto de los santos. El nombre de José significa "aumento" y en verdad su vida entera fue un continuo aumento de virtudes. El evangelio lo designa así: "varón justo." Fue esposo de la Madre de Dios, sustentó y protegió a la Sagrada Familia. Su vida es, así un sagrado misterio de comunión y participación en el plan de Dios.

La liturgia nos invita a encontrarnos con San José en el itinerario cuaresmal hacia la Pascua. Se nos presenta como testigo insuperable del silencio contemplativo, pleno de escucha de la palabra de Dios, que se deslumbra en los evangelios como atmósfera característica de la casa de Nazaret. El silencio de José era un silencio activo que acompañaba el trabajo diario, al servicio de la Sagrada Familia.

San José tuvo el privilegio de ser esposo de María, de criar al Hijo de Dios y ser la cabeza de la Sagrada Familia. Es patrono de la Iglesia Universal, de muchísimas comunidades religiosas, instituciones y países, y de la 'buena muerte'.
"José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1, 20-21), dijo el ángel en sueños a San José, justo varón.

San José es conocido como el "Santo del silencio" porque no se conoce palabra pronunciada por él, sin embargo, sí conocemos sus obras, su fe y amor, los que influenciaron en Jesús y en su santo matrimonio.

Dice una hermosa tradición popular que doce jóvenes pretendían casarse con María y que cada uno llevaba un bastón de madera muy seca en la mano. De pronto, cuando la Virgen debía escoger entre todos ellos, el bastón de José milagrosamente floreció. Los ojos de María, entonces, se fijaron en él. Por eso se le representa con un bastón o vara florecida en las manos.

Junto a Santa María, San José sufrió las vicisitudes que rodearon el nacimiento del Mesías, en especial que no los quisieran recibir en Belén la noche en que su amada esposa dio a luz. El Hijo de Dios, que fue encomendado a sus cuidados, tuvo que nacer en un establo y, a los pocos días, ser llevado fuera del país, rumbo a Egipto. Nada parecía seguro en la forma como su Hijo llegaba al mundo, todo lo contrario: José tuvo que encabezar la huida de la familia, como si hubiese cometido una falta o un delito, cuando lo único que quería era poner a Jesús a buen recaudo, lejos de la mano asesina de Herodes. Y con toda esa inseguridad, el buen José obedeció a Dios en todo y confió enteramente en la Providencia.

Como era un carpintero, no pudo darle lujo alguno a Jesús y, por el contrario, tuvo que hacerlo convivir con la pobreza. Sin embargo, el tiempo que le dedicó para atenderlo y enseñarle su profesión fueron más que suficientes para que el Señor conociera el cariño y la guía de un padre. Nada se guardó para sí, y todo lo dejó por Él. José supo comprender a su Hijo cuando su misión lo apremiaba, como aquella vez que se extravió y lo encontró enseñando en el templo. Hasta en eso José fue desprendido y generoso.

Los mejores años de su vida los pasó en contacto directo con Dios, ¡conviviendo bajo el mismo techo! ¡Cuántas veces su mirada debe haberse cruzado con la de Jesús! ¡Cuántas veces debe haberse quedado contemplando la grandeza de Dios en ese Jesús niño o adolescente mientras se iba haciendo hombre! ¡Cuántas veces deben haber hablado y compartido experiencias! Y es que Dios, en Su humildad infinita, se dejó educar mansamente por José, mientras Él, Jesús, educaba a Su propio padre en la tierra con Sus palabras y sus gestos.

Hay mucho de maravilloso y ejemplar en San José para cualquier padre que quiera amar como Dios manda. Sin embargo, por ahora habrá que resaltar un último punto: San José es el Patrono de la buena muerte porque tuvo la dicha de morir acompañado y consolado por Jesús y María.

La Iglesia católica lo tiene como Santo Patrono y protector desde siempre, pero esa misión no fue explicitada oficialmente hasta que el Papa Pío IX lo estableció así en 1847. Ya Santa Teresa de Ávila había profundizado y difundido la devoción a San José a consecuencia del milagro de su recuperación, obtenida por intercesión del Santo. Teresa solía decir: "Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo".

Hacia el final de su vida, Santa Teresa terminó escribiendo: "durante 40 años, cada año en la fiesta de San José (19 de marzo), le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir".

Que todos los creyentes, siguiendo el ejemplo de San José, logren en su propia vida una profunda armonía entre la oración y el trabajo, entre la meditación de la Palabra de Dios y las ocupaciones diarias. En el centro de todo esté siempre la relación íntima y vital con Jesús, Verbo encarnado, y con Su Madre Santísima.

Dios Padre, te bendecimos porque tu cuidado no nos abandona nunca; ya que nos has hecho hijos tuyos en Tu hijo único Jesucristo, permítenos comportarnos como lo que somos por lo que somos por Tu misericordia y danos para ello la ayuda de San José, tu nombre de confianza. Amén.


Oración de San José dormido

Oh San José, hombre altamente favorecido por el Altísimo, el ángel del Señor se te apareció en sueños mientras dormías para advertirte y guiarte en tu misión de cuidar a la Sagrada Familia. Tu actitud de silencio y fortaleza te convirtió en un gran protector, leal y valiente. Querido San José, mientras descansas en el Señor, confiando de un absoluto poder y bondad, mírame y lleva mis necesidades a tu corazón, sueña con ellas y preséntalas a tu hijo (menciona tu petición). Ayúdame, buen San José, a escuchar la voz de Dios, a levantarme y a actuar con amor. Alabado y agradezco a Dios con alegría. San José, te amo. Amén.

Oración a San José, Terror de los Demonios

San José, Terror de los Demonios, lanza tu solemne mirada sobre el demonio y todos sus secuaces, y protégenos con tu poderosa vara. Huiste de noche para evitar los malvados planes del maligno; ahora, con el poder Dios, ¡aniquila a los demonios que huyen de ti! Te suplicamos que protejas especialmente a los niños, a los padres, a las familias y a los moribundos. Por la gracia de Dios, ningún demonio se atreve a acercarse cuando tú estás cerca, y por eso te pedimos que ¡siempre estés junto a nosotros! Amén.



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